Se cumple este mes el veintiun aniversario de la muerte de un Gran Hombre. Ni mas ni menos que Don Arnaldo Serrano Simarro.
Don Arnaldo, para aquellos que no le recuerden era de profesión Maestro Nacional y Procurador de los Tribunales. Pero aparte de estas dos profesiones que ejerció con brillantez durante casi cuarenta años, tenía aficiones como la escritura tanto de prosa como de poesía. Tambien destacaba su amor a Villanueva de los Infantes, su pueblo, el cual promocionó toda su vida bien a través de las páginas de periódicos tanto provinciales como nacionales, o bien haciendo de anfritión y "cicerone" con multititud de personajes y personalidades que visitaban nuestra ciudad. Fué un auténtico embajador de nuestros valores. Atendió a políticos, periodistas, cientificos, literatos etc. con un trato que a todos invitaba a volver al "lugar de la Mancha".
Muchos de ellos guardan o guardaron un grato recuerdo de sus visitas.
Tambíen fué padre de nueve hijos a los que, por la falta de medios económicos, a todos les empezó dando él clases de bachiller, pasando luego, unos a la escuela de Magisterio, otros a la Universidad y otros a trabajos cualificados.
Los últimos años de su vida fueron especialmente drámaticos, pues, sin duda, dramatico es para un artista de las letras, quedarse ciego. Se imaginan a un pintor o un escultor sin manos? o a un deportistas sin pies? Pues para un hombre que se dedicó durante toda su vida a las letras, la ceguera fué un duro golpe. Golpe que sin duda aceleró su final.
Pero a pesar de eso, tuvo la entereza, de seguir haciendo poesia, con la ayuda inestimable de su esposa Sagrario, como lo demuestra con estos preciosos versos dictados y dedicados a ella, poco antes de morir:
A ELLA
Préstame tus ojos para ver lasa estrellas
te rogara una noche de mi negro destino;
viví la luz de tu alma cual nítido camino
que me izara hasta el cielo sustentándome en ella.
"Préstame tu corazón para sentir el amor"
te volviera a decir en sombra tenebrosas
e hilillos de tu ser nacieron como rosas
acercándome ligero al bondadoso Dios.
Tras de mi derredor todo son ya despojos;
tan solo me queda aquel sentir sincero
que sola seber decir lo que te quiero
porque eres mi mujer y eres mis ojos.
Veintiún años han pasado y parece que fué ayer. Años que, sin embargo, no borran tu recuerdo, pues ésta ha sido la herencia -hermosa herencia- que dejaste tras de tí a los muchos y sinceros amigos que tuviste y sobre todo a tu mujer Sagrario ( ¡que hermoso nombre que cobija y guarda al gran Dios!) y a tus nueve hijos que tratarán de seguir tu ejemplo de amor, dignidad y fraternidad.
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