viernes, 24 de junio de 2016

Fruto de la mala suerte?

Relato premiado en el Concurso de la Asociación ACREU,  Revista El Lazo


Fruto de la mala suerte?

         Dolores Osorio Soler, mi madre, acudía cada año, el dia 24 de septiembre al cementerio de Benimasot,  pueblo cercano al mio. Allí en un rincón, según entras al mismo al final a mano izquierda hay una modesta tumba, sin cruces ni adornos, con  una lápida de piedra de Novelda, en la que solamente  se encuentra esta inscripción:

Aquí  yace Juan Osorio,
hombre  bueno y   honrado
que se murió desangrado
solo por culpa del odio

                                                                                                                         24 de septiembre de 1939

          Y allí Dolores Osorio deposita en  ese dia, todos los años,  una rosa, solo una rosa debajo de las letras que en la fría losa de piedra hablaban de mi abuelo.

           Mi madre, Dolores, nunca quería hablar en casa de política. Casi siempre que había un noticiario con contenidos políticos, sobre todo de izquierdas o de derechas, cambiaba rápido,  antes la emisora de radio y después  el canal de televisión.

        Yo insistía a menudo que me contara cosas del abuelo,  sobre todo cuando la acompañaba al Camposanto para ver su  tumba, pero ella era reacia siempre a hablar de su vida y de su muerte.   Y  un día logré que me contara la historia de su padre y mi abuelo y el porqué de la rosa y el porqué del enigmático epitafio de su humilde morada y también la razón de que no hubiera cruz alguna en la fosa como la había en todas.

        -Mira hija, tu abuelo Juan Osorio era una hombre de pueblo, sencillo y humilde que aunque tenía sus convicciones políticas,  jamás las expresaba. También era agnóstico, la religión le deba igual, aunque, eso sí, respetaba todas las creencias incluso hasta las mas extremas. Le molestaba que algunos del pueblo se hubieran metido con los curas y con la iglesia, con destrozos que a nadie beneficiaban y si causaban dolor a los creyentes.
        Por eso, porque era agnóstico no le hemos puesto símbolo alguno en su lápida y solo hemos querido poner que era un  hombre bueno, que murió por culpa del odio, no de nadie en particular, sino el odio que a veces los humanos vamos cultivando en nuestro interior, bien por lo que nos hacen los demás, bien por lo que nos dicen que hacen algunos o bien por envidias y venganzas.
           
          Tenía un pequeño local  en la calle Mayor, muy cerca de la plaza y cerca también de la única farmacia, que regentaba Don Felipe del que no me acuerdo su apellido ni tampoco me importa.  En el local ejercía los oficios que había aprendido y heredado de su padre y de su tio Toribio. Era peluquero, oficio que bien lo había practicando  con  su padre desde los siete años Al principio solo barria los pelos, y miraba con atención él lo hacía y era tan aplicado que ya con solo once años empezaba a recortar con las tijeras, aunque siempre los acabara su padre. También de su tío aprendió a sacar muelas y poner inyecciones, lo que practicaba con envidiable destreza.
Además se cultivó leyendo mucho sobre remedios naturales de hierbas o  arbustos del campo. Siempre que podía paseaba por el campo y siempre traia algo como hinojos, romero, hierbabuena, tomillo, albahaca, perejil, etc. En su casa había una verdadera alacena con multitud de “medicinas caseras” como él llamaba a todo lo que encontraba por el campo.

                Así se forjó varios oficios que juntos le permitían  vivir sin las penurias que entonces casi todos padecían, como también hacer muchos favores a los que no tenían nada que en aquellos tiempos, hija mia, eran muchos.

               Recuerdo a Ovidio, pobre de solemnidad y algo corto de luces, que iba pidiendo casa por casa y  al que casi nadie ayudaba, pues al verlo con ropas andrajosas y con mugre de no haberlas lavado nunca, sucio, con pelos largos y  grasientos  a la gente le daba asco y repugnancia mirarlo a la cara, por lo que cuando se dirigía para pedirles algo miraban rápidamente para otro lado, ignorándolo.

            Una vez me contaba que  Ovidio acudió a pedir a tu abuelo, y él le hizo de pasar al local y en el lavabo de la peluquería echó una jarra de agua y con jabón le lavó el pelo. Después le hizo de lavarse brazos y manos y después le dio el bocadillo que su mujer, tu abuela Federica le había preparado con un trozo de pan y unas sardinas que aunque frias, estaban bien buenas.  El ya se las arreglaría después y si no aguantaría bien hasta la hora de la comida.
Ovidio le dijo:
-El pan está mu duro… y lo de dentro fio. Dame otra cosa.
El le dio una palmadita en la espalda y le dijo
Otro dia, Ovidio. Otro dia te traeré pan tierno con jamón dentro.

                A veces se llevaba también en una bolsa alguna ropa que él ya no usaba, para que cuando llegara cualquier ovidio de los muchos que había en el pueblo, se las pusiera  y así al menos se vistieran con ropas limpias, pues, eso si, tu abuela aunque fuera para tirarlas  las tenía limpias y planchaditas.

                La otra habilidad  era que conocía muy bien los efectos curativos de muchas hierbas y alimentos,  como antes te decía, por lo que aconsejaba a todos aquellos que no podían comprar medicinas de la Farmacia para curarse con remedios naturales:   resfriados con infusiones de hojas de laurel, canela y salvia, o dolores de muela masticando hojas de perejil  fresco con la zona de la muela dañada, o para la colitis –tan corriente entre los niños en aquellos años-  con vinagre de manzana y miel, y si eso no se tenía a mano poniendo compresas de agua caliente con cebolla rallada sobre el abdomen y muchos mas remedios para cualquier dolencia que aconsejaba a todos cuantos iban a consultarle. De ahí su afición a recoger todas las hierbas que encontraba en el campo.
                Y aquí sí que ayudó veces al pobre Ovidio y a tantos pobres que se acercaban a la peluquería para que les tratara sus dolencias, o sacara alguna muela o les preparara algún mejunge que los aliviara. El no cobraba nunca, tan solo admitía la voluntad de los que querían y podían dársela. Por esa razón los pobres no pagaban nunca. Tampoco él hubiera tomado donativo alguno de ellos.
                Y parece, hija, que todo aquello que aconsejaba o  los potingues que preparaba, a Don Felipe el farmacéutico le sentaba muy mal porque creía que le hacia la competencia y  le quitaba ventas, aunque lo cierto es que quien se ahorraban las medicinas eran  pobres  de solemnidad y que, aunque quisieran,  no podrían comprarlas en la farmacia.

-Muy bien madre, pero ¿qué tiene que ver todo esto con la flor y el epitafio de  la tumba del abuelo?

-Bueno  ya sabes que en el año 36 estalló la guerra. Una guerra fratricida, donde se mataban unos a otros, donde el odio de un bando contra los otros imperaba en todos los pueblos, donde las rencillas por nimias que fueran se saldaban con denuncias falsas para que te ajusticiaran.

Por suerte esa guerra que marcó a la generación de tu abuelo, como a mi  generación pagándola,  como a la vuestra que heredareis un retraso cultural, de prosperidad  y de valores, acabó después de tres largos años, pero el odio no  desapareció. Ni mucho menos. Antes al contrario el odio creció pues fueron muchos los muertos y torturados de uno y otro bando que siguieron a la barbarie de la guerra

                Y como hubo vencedores y vencidos, los vencidos que tuvieran algo que ver con la reyerta y que no pudieron huir o esconderse fueron ajusticiados. Y a otros que eran molestos por alguna causa,  como le pasara al pobre Ovidio que lo denunciaron “por rojo”. Ya ves el pobre que no podía ser rojo, ni azul, ni nada, pues aparte de no tener donde caerse muerto era un poco deficiente mental, por lo que era imposible que tuviera ideas, ni buenas ni malas.

                Y aquí viene lo que le pasó a tu abuelo:
                                              
                Un dia pasó al local, casi escondido, un hombre con una gorra hasta las orejas y con barba de varios días. Aparentemente podría ser un cliente. Pero resultó que era un vecino del pueblo que había sido un activista primero y miliciano después en la contienda.  Pidió a mi abuelo que le ayudara pues tenía una herida de bala que no se le curaba. Preparó un litro de agua y le echó un poco de vinagre mezclándolo bien. Con ello limpio la herida y las costras que había hecho y así  consiguió eliminar bacterias. Después aplico un ajo tierno, restregándolo en la herida y aunque esto dolió al miliciano, le dijo que mas dolían las balas y las había aguantado, por lo que esto no seria nada. Luego le dio mas ajos para que en su casa se los aplicara. Esto le sanaría la herida. Después salió del local, camuflado como venia y aprovechando que no lo viera nadie.

                Una denuncia falsa que sospechamos del único que  le podría tener  enemistad,  -pues era querido por todo el pueblo-  el influyente  farmacéutico, amigo de las nuevas autoridades, le acusaba de haber escondido a varios milicianos en su casa y haber ejercido ilegalmente de médico y vender medicinas curando a todos los “rojos” que acudían a pedirle ayuda.

                Inmediato  a  la denuncia el abuelo fue detenido y llevado a la cárcel de Alcoy a la espera de ser juzgado.  Luego se celebró un juicio y por mas que insistieron sus acusadores para hacer creer que fueron ciertos los delitos, no pudieron demostrar nada, por lo que el abuelo fue absuelto.

                La sentencia se la comunicaron por la tarde y él quiso despedirse de todos los compañeros presos. Anochecido  se dirigió a la salida por un portón estrecho el cual estaba entreabierto. A unos quinientos metros, al final del camino de la entrada a la cárcel nos encontrábamos la abuela Federica , tu tio Vicente, tu hermano que ya era casi un hombrecito   y yo.  Al vernos el abuelo con los brazos abiertos y  lleno de emoción  corrió por el camino  hacia nosotros para abrazarnos y de una garita de la que asomaba un fusil “máuser” salió un disparo certero  impactando la bala en su nuca. El abuelo cayó fulminado y su sangre corrió por el suelo como un reguero de muerte. En pocos segundos se desangró y murió en el acto con los brazos extendidos a su familia.
                Luego –nos dijeron-  investigaron su muerte. El guardia que desde la garita disparó se defendió diciendo que él  creía que quien corría se había escapado. Le aplicó la “Ley de fugas”. Salió libre de cualquier cargo y sus superiores le propusieron para una medalla por su buen comportamiento al haber impedido que un preso se fugase…  aunque esto hubiera sido un error y costara la vida a un inocente. Al  fin y al cabo el inocente era un “don nadie”.

                Bueno María,  ya sabes toda la historia de la muerte de tu abuelo. La rosa se la pongo porque creo que es  una flor que expresa bondad y generosidad. Observa sus pételos que están todos unidos pero abiertos para que se vea con transparencia su esencia.

-Alguien lo interpretará como que era socialista, madre.

-Me da igual. Yo la pongo por mis convicciones. La pongo porque creo que  significa bondad, generosidad y dulzura y esos valores son los que deben regir nuestras vidas y lo que siempre nos quiso transmitir el abuelo y yo he quiero seguir transmitiéndolos a vosotros  a la vez que os pido lo hagáis a vuestros hijos:

Ser  honestos ,  servir a  los demás, ser generosos sobre todo con los que menos tienen. En una palabra  ser buenos….

Yo no pude contener las lágrimas y abracé a mi madre, que muy serena, me dijo:


-No guardes rencor  hija. Aquello fue fruto de la mala suerte.

2 comentarios:

masusor dijo...

Muchas felicidades Fermín. Es un relato muy emotivo y muy bien estructurado. Te has merecido ese premio.
Mª Jesús

Aurora Hernández dijo...

Enhorabuena, Fermín! Un relato que llega al corazón...este mundo necesita más personas como el protagonista de esta historia.