Relato premiado en el Concurso de la Asociación ACREU, Revista El Lazo
Fruto de la mala suerte?
Dolores Osorio Soler, mi madre, acudía
cada año, el dia 24 de septiembre al cementerio de Benimasot, pueblo cercano al mio. Allí en un rincón,
según entras al mismo al final a mano izquierda hay una modesta tumba, sin
cruces ni adornos, con una lápida de
piedra de Novelda, en la que solamente
se encuentra esta inscripción:
Aquí yace Juan
Osorio,
hombre bueno y honrado
que se murió desangrado
solo por culpa del odio
24
de septiembre de 1939
Y allí Dolores Osorio
deposita en ese dia, todos los
años, una rosa, solo una rosa debajo de
las letras que en la fría losa de piedra hablaban de mi abuelo.
Mi madre, Dolores, nunca quería hablar en
casa de política. Casi siempre que había un noticiario con contenidos
políticos, sobre todo de izquierdas o de derechas, cambiaba rápido, antes la emisora de radio y después el canal de televisión.
Yo insistía a menudo que me contara cosas del
abuelo, sobre todo cuando la acompañaba
al Camposanto para ver su tumba, pero
ella era reacia siempre a hablar de su vida y de su muerte. Y un día logré que me contara la historia de su
padre y mi abuelo y el porqué de la rosa y el porqué del enigmático epitafio de
su humilde morada y también la razón de que no hubiera cruz alguna en la fosa
como la había en todas.
-Mira hija, tu abuelo
Juan Osorio era una hombre de pueblo, sencillo y humilde que aunque tenía sus
convicciones políticas, jamás las
expresaba. También era agnóstico, la religión le deba igual, aunque, eso sí,
respetaba todas las creencias incluso hasta las mas extremas. Le molestaba que
algunos del pueblo se hubieran metido con los curas y con la iglesia, con
destrozos que a nadie beneficiaban y si causaban dolor a los creyentes.
Por eso, porque era
agnóstico no le hemos puesto símbolo alguno en su lápida y solo hemos querido
poner que era un hombre bueno, que murió
por culpa del odio, no de nadie en particular, sino el odio que a veces los
humanos vamos cultivando en nuestro interior, bien por lo que nos hacen los
demás, bien por lo que nos dicen que hacen algunos o bien por envidias y
venganzas.
Tenía un pequeño local en la calle Mayor, muy cerca de la plaza y
cerca también de la única farmacia, que regentaba Don Felipe del que no me
acuerdo su apellido ni tampoco me importa. En el local ejercía los oficios que había aprendido
y heredado de su padre y de su tio Toribio. Era peluquero, oficio que bien lo
había practicando con su padre desde los siete años Al principio
solo barria los pelos, y miraba con atención él lo hacía y era tan aplicado que
ya con solo once años empezaba a recortar con las tijeras, aunque siempre los
acabara su padre. También de su tío aprendió a sacar muelas y poner
inyecciones, lo que practicaba con envidiable destreza.
Además se cultivó leyendo mucho sobre remedios naturales de hierbas
o arbustos del campo. Siempre que podía
paseaba por el campo y siempre traia algo como hinojos, romero, hierbabuena,
tomillo, albahaca, perejil, etc. En su casa había una verdadera alacena con
multitud de “medicinas caseras” como él llamaba a todo lo que encontraba por el
campo.
Así se forjó varios
oficios que juntos le permitían vivir
sin las penurias que entonces casi todos padecían, como también hacer muchos
favores a los que no tenían nada que en aquellos tiempos, hija mia, eran
muchos.
Recuerdo a
Ovidio, pobre de solemnidad y algo corto de luces, que iba pidiendo casa por
casa y al que casi nadie ayudaba, pues al
verlo con ropas andrajosas y con mugre de no haberlas lavado nunca, sucio, con
pelos largos y grasientos a la gente le daba asco y repugnancia mirarlo
a la cara, por lo que cuando se dirigía para pedirles algo miraban rápidamente
para otro lado, ignorándolo.
Una vez me contaba
que Ovidio acudió a pedir a tu abuelo, y
él le hizo de pasar al local y en el lavabo de la peluquería echó una jarra de
agua y con jabón le lavó el pelo. Después le hizo de lavarse brazos y manos y
después le dio el bocadillo que su mujer, tu abuela Federica le había preparado
con un trozo de pan y unas sardinas que aunque frias, estaban bien buenas. El ya se las arreglaría después y si no
aguantaría bien hasta la hora de la comida.
Ovidio le dijo:
-El pan está mu duro… y lo de dentro fio. Dame otra cosa.
El le dio una palmadita en la espalda y le dijo
Otro dia, Ovidio. Otro dia te traeré pan tierno con jamón dentro.
A veces se
llevaba también en una bolsa alguna ropa que él ya no usaba, para que cuando
llegara cualquier ovidio de los muchos que había en el pueblo, se las pusiera y así al menos se vistieran con ropas limpias,
pues, eso si, tu abuela aunque fuera para tirarlas las tenía limpias y planchaditas.
La otra habilidad
era que conocía muy bien los efectos
curativos de muchas hierbas y alimentos, como antes te decía, por lo que aconsejaba a
todos aquellos que no podían comprar medicinas de la Farmacia para curarse con
remedios naturales: resfriados con
infusiones de hojas de laurel, canela y salvia, o dolores de muela masticando
hojas de perejil fresco con la zona de
la muela dañada, o para la colitis –tan corriente entre los niños en aquellos
años- con vinagre de manzana y miel, y
si eso no se tenía a mano poniendo compresas de agua caliente con cebolla
rallada sobre el abdomen y muchos mas remedios para cualquier dolencia que
aconsejaba a todos cuantos iban a consultarle. De ahí su afición a recoger
todas las hierbas que encontraba en el campo.
Y aquí sí que
ayudó veces al pobre Ovidio y a tantos pobres que se acercaban a la peluquería
para que les tratara sus dolencias, o sacara alguna muela o les preparara algún
mejunge que los aliviara. El no cobraba nunca, tan solo admitía la voluntad de
los que querían y podían dársela. Por esa razón los pobres no pagaban nunca.
Tampoco él hubiera tomado donativo alguno de ellos.
Y parece, hija, que todo aquello que aconsejaba o los potingues que preparaba, a Don Felipe el
farmacéutico le sentaba muy mal porque creía que le hacia la competencia y le quitaba ventas, aunque lo cierto es que
quien se ahorraban las medicinas eran
pobres de solemnidad y que, aunque
quisieran, no podrían comprarlas en la
farmacia.
-Muy bien madre, pero ¿qué tiene que ver todo esto con la flor y el
epitafio de la tumba del abuelo?
-Bueno ya sabes que en el año
36 estalló la guerra. Una guerra fratricida, donde se mataban unos a otros,
donde el odio de un bando contra los otros imperaba en todos los pueblos, donde
las rencillas por nimias que fueran se saldaban con denuncias falsas para que
te ajusticiaran.
Por suerte esa guerra que marcó a la generación de tu abuelo, como a
mi generación pagándola, como a la vuestra que heredareis un retraso
cultural, de prosperidad y de valores,
acabó después de tres largos años, pero el odio no desapareció. Ni mucho menos. Antes al contrario
el odio creció pues fueron muchos los muertos y torturados de uno y otro bando
que siguieron a la barbarie de la guerra
Y como hubo
vencedores y vencidos, los vencidos que tuvieran algo que ver con la reyerta y
que no pudieron huir o esconderse fueron ajusticiados. Y a otros que eran
molestos por alguna causa, como le
pasara al pobre Ovidio que lo denunciaron “por rojo”. Ya ves el pobre que no
podía ser rojo, ni azul, ni nada, pues aparte de no tener donde caerse muerto
era un poco deficiente mental, por lo que era imposible que tuviera ideas, ni
buenas ni malas.
Y aquí viene lo
que le pasó a tu abuelo:
Un dia pasó al
local, casi escondido, un hombre con una gorra hasta las orejas y con barba de
varios días. Aparentemente podría ser un cliente. Pero resultó que era un
vecino del pueblo que había sido un activista primero y miliciano después en la
contienda. Pidió a mi abuelo que le
ayudara pues tenía una herida de bala que no se le curaba. Preparó un litro de
agua y le echó un poco de vinagre mezclándolo bien. Con ello limpio la herida y
las costras que había hecho y así consiguió eliminar bacterias. Después aplico
un ajo tierno, restregándolo en la herida y aunque esto dolió al miliciano, le
dijo que mas dolían las balas y las había aguantado, por lo que esto no seria
nada. Luego le dio mas ajos para que en su casa se los aplicara. Esto le sanaría
la herida. Después salió del local, camuflado como venia y aprovechando que no
lo viera nadie.
Una denuncia falsa que sospechamos del único que le podría tener enemistad, -pues era querido por todo el pueblo- el influyente
farmacéutico, amigo de las nuevas autoridades, le acusaba de haber
escondido a varios milicianos en su casa y haber ejercido ilegalmente de médico
y vender medicinas curando a todos los “rojos” que acudían a pedirle ayuda.
Inmediato a la
denuncia el abuelo fue detenido y llevado a la cárcel de Alcoy a la espera de
ser juzgado. Luego se celebró un juicio
y por mas que insistieron sus acusadores para hacer creer que fueron ciertos
los delitos, no pudieron demostrar nada, por lo que el abuelo fue absuelto.
La sentencia se
la comunicaron por la tarde y él quiso despedirse de todos los compañeros
presos. Anochecido se dirigió a la
salida por un portón estrecho el cual estaba entreabierto. A unos quinientos
metros, al final del camino de la entrada a la cárcel nos encontrábamos la
abuela Federica , tu tio Vicente, tu hermano que ya era casi un hombrecito y yo. Al vernos el abuelo con los brazos abiertos
y lleno de emoción corrió por el camino hacia nosotros para abrazarnos y de una garita
de la que asomaba un fusil “máuser” salió un disparo certero impactando la bala en su nuca. El abuelo cayó
fulminado y su sangre corrió por el suelo como un reguero de muerte. En pocos
segundos se desangró y murió en el acto con los brazos extendidos a su familia.
Luego –nos dijeron-
investigaron su muerte. El guardia que desde la garita disparó se
defendió diciendo que él creía que quien
corría se había escapado. Le aplicó la “Ley de fugas”. Salió libre de cualquier
cargo y sus superiores le propusieron para una medalla por su buen
comportamiento al haber impedido que un preso se fugase… aunque esto hubiera sido un error y costara
la vida a un inocente. Al fin y al cabo
el inocente era un “don nadie”.
Bueno María, ya sabes toda la historia de la muerte de tu
abuelo. La rosa se la pongo porque creo que es
una flor que expresa bondad y generosidad. Observa sus pételos que están
todos unidos pero abiertos para que se vea con transparencia su esencia.
-Alguien lo interpretará como que era socialista, madre.
-Me da igual. Yo la pongo por mis convicciones. La pongo porque creo
que significa bondad, generosidad y
dulzura y esos valores son los que deben regir nuestras vidas y lo que siempre nos
quiso transmitir el abuelo y yo he quiero seguir transmitiéndolos a vosotros a la vez que os pido lo hagáis a vuestros
hijos:
Ser honestos , servir a
los demás, ser generosos sobre todo con los que menos tienen. En una
palabra ser buenos….
Yo no pude contener las lágrimas y abracé a mi madre, que muy serena,
me dijo:
-No guardes rencor hija.
Aquello fue fruto de la mala suerte.